Hace unos días se cumplió el 22° aniversario de la primera competencia de Fórmula 1 que seguí: el Gran Premio de Estados Unidos de 1991. Parece que fue ayer, pero en realidad “ha pasado un tiempo”. Va de suyo decir que los nombres de la máxima categoría eran distintos allá hace más de cuatro lustros; también mi visión de las cosas. Intentaré en esta oportunidad - empero - centrarme en aquel 10 de marzo.
Ron Dennis, Alain Prost, Ayrton Senna, Nelson Piquet y Jean-Marie Balestre en el podio del 501º GP puntuable |
Uno alimentaba de niño la pasión por los coches, ya sea con juguetes alegóricos o juntando figuritas que reflejaban lo más rápido de la época: un Lancia Delta del Grupo B de Rally, el Peugeot 405 de Ari Vatanen que ganó el Paris-Dakar, el Pontiac Grand Prix de Richard Petty en el NASCAR... De alguna manera, ese contexto obró de inductor para aquella jornada televisada (por Telefe) desde Phoenix.
Al recrearme frente a la pantalla, se suceden en mí los recuerdos fragmentados pero indelebles de aquel día: el relato de Fernando Tornello, el ruido de motores en la pródiga recta principal, las propagandas de la época, la sucesión de vueltas y primeros planos a los monopostos, las luchas por posiciones en todos los flancos, los abandonos, la victoria de Ayrton Senna y su McLaren/Honda...
Sinceramente, la reconstrucción hecha sobre aquella jornada no es más que una suma farragosa de sensaciones; la otra, la de hechos y números, la hice andando el tiempo. En 1991 poco y nada sabía sobre el mundo de la F1. Cabe aclarar - sin embargo - que desde la génesis de ese torneo, me sentí identificado con el equipo Williams/Renault, y particularmente con el piloto Nigel Mansell. No me pregunten por qué, pero se dio así.
Riccardo Patrese y Nigel Mansell camino del primer doblete de los Williams-Renault FW14 en el GP de México |
Más allá de la anécdota ya veinteañera, debo decir que a partir de entonces se generó en mí un vínculo muy fuerte con la categoría reina. Vaya año ése, que terminó dramáticamente con la definición por el título entre Senna y Mansell en Japón. A la altura del evento nipón, ya sabía los nombres de los hombres y máquinas rutilantes de la época, y estaba debidamente embarcado en la nave de esta pasión que es la Fórmula 1.
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